A disfrutar de la Creación Artística

miércoles, 26 de mayo de 2010

Pintura y pintores de la Generación del Trece

La gran mayoría de los artistas, que van a configurar la Generación
del Trece, nacen a comienzos de la última década del siglo XIX, salvo
contadas excepciones que nacen en la de los años ochenta, pero todo
dentro de un período en que el peso de una plástica académica, de molde
francés, estaba en boga en nuestra sociedad chilena. Socialmente
pertenecen a estratos modestos; algunos, como Ezequiel Plaza, en un
barrio obrero, donde las condiciones de vida eran deplorables, a punto que
de no mediar el descubrimiento que de él hacen los jóvenes como D’Halmar,
Santiván, Ortiz de Zárate, Magallanes Moure, Pablo Burchard o Rafael
Valdés, que conformen la Colonia Tolstoyana, -que enseña arte a los
obreros,- nunca habríamos sabido de su talentoso valer.

Esta generación de jóvenes artistas inicia sus estudios de pintura a
mediados o fines de la primera década de este siglo y su formación coincide
con la llegada, en 1908, del pintor español don Fernando Álvarez de
Sotomayor y Zaragoza, quien asume la Cátedra de Pintura en la Escuela de
Bellas Artes.

Este talentoso pintor impulsó una docencia que tendía a despertar las vocaciones hacia un oficio responsable y serio, que aspiraba a manifestarse en lo que llamaban “gran pintura y calidad”, respetando la expresión estilística personal de sus alumnos. Estos no fueron discípulos del maestro Álvarez de Sotomayor, en la manera que lo fueron los alumnos de los grandes maestros chilenos del academicismo, los que en su estilo llevaban el sello de los seguidores del maestro, aun cuando presentaran algunas interesantes innovaciones.

Los alumnos de Álvarez de Sotomayor toman de él ciertas ideas estéticas, dejando libre la creación de un ideal de estilo a la ecuación personal, ajena al ser militante de una particular escuela.
En esto radica la originalidad que está presente en la pintura de esta
generación, y en el hecho que ella se sitúa como una cuña, sin
antecedentes, entre dos vertientes plásticas de nuestra historia de la pintura
chilena; por un lado la tradición académica del siglo XIX y por otro los
movimientos modernistas, que van a surgir a partir de los años veinte.

La temática que cultivan estos artistas es chilena, de corte costumbrista; en el
retrato se advierte el emparentamiento con la pintura española, y en el
paisaje un enfoque muy plástico donde la pintura prima sobre el dibujo,
evocando atmósferas de luces interesantes, llenas de carácter, nunca vistas
en la tradicional pintura nacional.


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